Mi carta había sido contundentemente aplastante: "¡Mamá, necesito una escoba nueva ya!". La mía empezaba a desviarse a la derecha. No es que tuviera muchos años, si no que tenía sobre ella multitud de entrenamientos, partidos y piques entre amigos en el colegio, sin contar que cuando daban vacaciones, a la mínima los cuatros Malfoy menores y el padre ya estaban montados sobre sus escobas para jugar un rato. Y Astoria que miraba impasible desde el jardín, con los brazos cruzados, aunque de vez en cuando sonreía. No le gustaba demasiado el Quidditch, todos en casa lo sabíamos, pero mamá siempre hacía todo por nosotros, aunque eso significase tener que aguantar las largas conversaciones sobre ese deporte en la mesa, o tener que ir a comprarme a mí la escoba, aunque ese día había tomado una decisión.

Era sábado y yo estaba yendo hacia la mansión que teníamos en Wiltshire. Tener enchufe en el colegio servía para algo, aunque últimamente la directora estaba un poco mosqueada por tener que dejarme salir. De todas formas mi padre había ayudado bastante, me había dado permiso, aunque él, con el trabajo que tenía, no iba apoder acompañarme. Pero mi madre libraba ese día. Así que había cogido lo necesario para ir a casa y poder irme con ella. Pero justamente fue llegar y Sophie, la elfina más fiel en la casa, me dijo que se acababa de marchar. Resoplé y me acerqué a la chimenea. ¿Qué podía hacer si no eso? Encima, en la repisa, había una caja preciosísima que contenía polvos flu, lo que yo necesitaba en ese momento. Tomé un puñado y me metí en la chimenea antes de que Sophie lloriqueara que eso no era para señoritas como yo. Le sonreí y tiré el polvo contra mis pies al mismo tiempo que gritaba "Artículos de Calidad para el Quidditch, Callejón Diagon".

Conocía esa tienda tan bien que sabía que al final, había una chimenea no tan grande como la nuestra, pero que estaba conectada a la Red Flu. Así que suponía que si no me había equivocado, llegaría hasta allí. Eran los pormenores de no tener licencia de aparición aún. En un abrir y cerrar de ojos, una sensación de agobio me entró por el cuerpo, y me mareé completemente, Cerré los ojos para no ver las imágenes de chimeneas cruzar mi mente, y de repente, ¡zas!, estaba contra el suelo. Abrí los ojos, dolorida, llena de cenizas que se cayeron al sacudir mi túnica, y me encontré, frente a frente con mi madre, Astoria Greengrass. Bien, no me había equivocado de sitio.

-¡Mamá!-exclamé sonriente, acercándome a ella y dándole un abrazo, auqneu ahora que lo pensaba, tenía que dar asco abrazarme porque iba cubierta de suciedad.

Astoria acababa de empujar la puerta del local, cuando notò que ya no le parecìa tan buena idea: el lugar estaba repleto de gente que iba y venìa por los estrechos pasillos, con escobas nuevas, viejas, rotas o recièn reparadas en sus manos. Enarcò una fina ceja intentando pasar entre la multitud sin ser golpeada por nadie.

Con un resoplido llegò al mostrador en donde le atendiò una joven bruja bajita, algo regordeta pero con una sonrisa amable. Se le devolviò antes de preguntarle:

-- Disculpe ¿cuàl es la escoba de ùltimo modelo? -- pero antes siquiera que pudiera responderle, otra voz llamò la atenciòn de la Sanadora. Era su hija, toda llena de polvo de la chimenea que venìa corriendo a abrazarla. Algo aturdida, Astoria se lo devolviò con una sonrisa de oreja a oreja. -- ¿Què hacès aquì Lee? creì que estabas en el colegio - sacudiò la cabeza- ven, estaba por comprarte la escoba ¿querìas algùn modelo en especial? -preguntò nuevamente sonriente

Claro, se habìa olvidado de su esposo y ese pequeño detalle le habìa costado una sonrisa incluso màs amplia de la que tenìa. A veces Astoria sentìa celos de la relaciòn que su hija tenìa con el padre, ya que ella siempre habìa querido tener una niña, al igual que su suegra Narcissa Black. Y ahora allì la tenìa, reprochàndole a una mujer que por pasar a su lado la habìa empujado. Negò con la cabeza suavemente, quitàndose esos pensamientos de la mente.

-- Oh claro, tu padre -- agregò rièndose -- creì que estaba en otra de las misiones de los Aurores, pero veo que tiene tiempo de escribir un permiso asì que luego irè a visitarle. Venga hija, tù tendràs que guiarme por aquì que sabes mas de escobas que yo -- voliò a sonreìr empujàndola suavemente hacia adelante a que comience a caminar -- cuèntame ¿còmo va Hogwarts? ¿aburrido como dice Scorpius?

Por supuesto en la sonrisa de Astoria se escondía cierto dolor del pasado que tenía nombre y apellido y se le venía a la mente cada vez que alguien mencionaba a su esposo al lado de la palabra "trabajo". Hannah White, una ex compañera de curso de Draco con quien había tenido una aventura mientras ellos seguían casados. La bruja aun estaba embarazada de sus dos primeros hijos cuando se dió cuenta al ir a visitarle un día de sorpresa al Departamento de Aurores. Draco no estaba ahí y ese día le había dicho a la mañana que estaría hasta bien tarde en el trabajo sin poder encontrarse con ella.

Fue ahí cuando la Sanadora escuchó ruidos de largos gemidos cerca suyo y volteó a ver. Esa noche llegó a su mansión totalmente arrepentida de haber ido y ser tan idiota de creerle a su esposo. Había estado a punto de agarrar sus cosas y marcharse, como haría cualquier mujer engañada, con sus hijos aun en vientre. Pero no lo había hecho, y luego, unos siete años después, se enteró por medio de su pequeño Scorpius la confirmación de todo. Astoria casi enloquece al darse cuenta que sus hijos se habían enterado de eso, y sintiéndose mal por no saber qué pensarían de ella ahora. ¿Y si la rechazaban por estúpida?. Sería muy lógico para Astoria pero lo dudaba, teniendo cuatro hijos ya no podía marcharse de la mansión pero aún así, eso no se quedaría así. Recordaba que esa noche le había gritado de todo a Draco, soltando toda la pena guardada durantte años, por poco no había sacado la varita y lo cruceaba. Astoria sabía que había sido una imbécil al no irse y dejarlo solo, pero confiaba en que algún día él pagaría por eso. Mientras tanto, la felicidad de la bruja se dictaba por la de sus hijos.

-- Oh cierto, sí, no sé a quién salió tan quejoso Scor - añadió el tono de broma la bruja mientras pasaban por un largo pasillo -- Agotador, hija...ahora con los ataques mortífagos el hospital se llena y sigue entrando cada vez mas gente aun -- suspira --

La bruja sonriò al escuchar a su hija hablar de quejicas: por supuesto, sus dos hijos mas pequeños eran unos quejicas bàrbaros. Edward se expresaba casi siempre a los gritos, que hacìa rabiar a Astoria porque no entendìa muy bien porquè tanto griteriò. Especialmente cuando Ed se peleaba con su padre Draco, y los gritos se multiplicaban en su cabeza y en la mansiòn. Era simplemente insoportable, por eso Astoria ponìa tanto empeño en no juntarlos con Scorpius o con Orion, porque sabìa si era asì llegarìan la tercera y la cuarta guerra màgica juntas y potenciadas.

Por otro lado estaba Orion, su hijo mas chiquito y el mas consentido claro luego de Scorpius, o incluso mas que èl, se corrigiò la bruja mentalmente mientras pasaba por entre dos magos que miraban una escoba, era mas bien reservado e introvertido. Si algo le molestaba lo verìas enseguida reflejado en su angelical rostro en una mueca o un simple entrecierre de sus ojitos.

Riò con ganas al ver las diferencias entre los cuatro hermanos, lo cual siempre la divertìa, no importaba cuàn cansada o deprimida estaba. Los adoraba a todos por igual, aunque claro consienta mas a unos que a otros, pero no significaba nada al menos para ella. Le parecìa lo mas comùn del mundo consentir a su hijo menor por encima del resto.

-- Y bueno, hija... se ve que los mortìfagos estaban aburridos de nuevo -- respondiò con sarcasmo volviendo a pasar entre dos magos -- tu no te preocupes, que seguro la Orden va a saber tratar con ellos --sonriò lo mas tranquilizadora que fue capaz, aunque en el fondo a Astoria tambièn le preocupaba que una guerra estuviera por llegar al mundo màgico nuevamente. No querìa revivir los recuerdos de su ùltima guerra, asì que cambiò de tema: -- ¿Sigues entrenando en el colegio, Lee?

Astoria rió divertida, siempre lo hacía cuando surgían las competencias entre sus hijos sobre todo en Quiddicht, el juego favorito de todos ellos incluyendo su marido. Frunció el ceño en señal de disgusto, pero lo ocultó justo a tiempo.
-- ¿Cuándo juegan Lee? -- preguntó sonriente, no era que Astoria fuera una gran fanática del juego pero le gustaba ver a sus hijos, teniendo que soportar si era necesario otro partido mas en su vida -- para saber asi me hago un tiempo en el hospital para ir... a menos que haya algo que no quieran que su madre vea -- bromeó corriéndose para dejar pasar a otro grupo de magos demasiado emocionados con alguna escoba. Astoria bufó aun sin comprender del todo cómo era que a la gente pudiera gustarle semejante juego, pero gustos eran gustos. Suspiró y le miró esperando la respuesta.

Astoria puso mala cara cuando le dijo lo de si decia en serio ir a verlos. Claro que si, llevaba tiempo sin verlos por el trabajo, y queria verlos.
-- Por supuesto, hija... el hospital me quita mucho tiempo y ya que los fines de semana no quieren venir -- agrego con cierta indignacion mitad fingida, mitad en serio -- mejor sera que yo vaya a verlos. Ay, Lee ya se que son competitivos... pero nunca crei que para tanto -- rio la bruja anotandose mentalmente la fecha del juego, mientras se corria para dejar pasar a otro grupo de magos bufando -- Muy bien, pequeña tomala y larguemosnos de aqui ¿quieres un helado o algo?

Astoria se echó a reír divertida al escuchar las palabras de su hija, claro que conocía esos juegos, después de todo era ella quien estaba sentada en las reposeras de la pileta, tapada del sol para no broncearse mas, mirándoles divertida y preocupada a la vez, por las maniobras de sus hijos en el aire. Parecían no entender que un día de éstos iban a caerse y romperse el cuello, pero a la vez ahí estaban, riéndose mientras se divertían jugando al Quiddicht, deporte favorito al parecer de todos los Malfoy, salvo de ella. ¿Pero qué podía hacer Astoria salvo mirarlos de cerca para que no les pase nada?. Era cierto que a veces la bruja agradecía ser Sanadora, por los múltiples cortes y heridas que habían tenido sus hijos a lo largo de su vida. Suspiró negando con la cabeza aun divertida, caminando hacia el mostrador.
La verdad que le daba pánico tenerla una escoba cerca, le hacía ver como a sus propios ojos como criminal siendo en cualquier momento capturada por los del Ministerio. Claro que su esposo moriría de risa al verla con una Nimbus en la mano, nisiquiera cuando estuvieron de novios hacía años había ido a regañadientes a verlo jugar en su último año en los partidos de Slytherin.
-- Perfecto entonces, mi cielo -- sonrió pagando rápidamente la escoba para poder irse de allí -- Ah, aire fresco -- dejó escapar la bruja una vez que le hubo abierto la puerta para que ella pase detrás de su hija.